domingo, 5 de marzo de 2017

La vida es sueño


«…Porque la vida es sueño; y los sueños, sueños son».

¿Quién no recuerda y relee extasiado este soliloquio de Segismundo en la obra de Calderón de la Barca? ...Sí, lo relamemos con gusto porque son temas que nunca pierden vigencia: vida, sueño… nuestra propia vida, nuestros propios sueños...
¿Y qué son nuestros sueños sino nuestras identidades ocultas, nuestras metas irracionales e inalcanzables, sino la proyección en el presente de las diapositivas que silenciamos en el pasado?
   No, los sueños no son solo los paréntesis donde volamos o buceamos sin la imposición que nos marque el límite de nuestra capacidad pulmonar, no es simplemente habitar el cuerpo de los animales o conocer esa figura por la que derramamos nuestras babas, no es solo visitar un imposible. En los sueños también se comprende, y se comprende porque no nos estancamos en un escenario único y así logramos, sin óbices, alcanzar una visión global de los hechos.
   Despiertos nada nos aleja de Segismundo: nos lamentamos en la misma cárcel, cautivos en una oscuridad tal que no se nos permite saber ni quiénes somos… Pero en los sueños… ¡cómo salimos de esa cárcel, de qué manera estamos tan pronto en Mojácar como riéndonos de los pomposos barcos de Puerto Banús!

                   «Mira esos dos, nunca han podido exprimir, no han tenido que pasar
                   las vacaciones en una habitación prestada de un antiguo hotel, han 
                   recibido sus camas descomunales sin darles importancia ni gloria en 
                   lugar de pensar con qué construir un nido donde permanecer juntos y 
                   abrazados, qué lástima, no han podido experimentar ese aliento de 
                   pensar juntos hasta ser solo un uno inseparable, nunca alcanzarán 
                   nuestra unión».

   Y al echaros en la cama, arropados con la reminiscencia del amor más profundo, apareces de nuevo en solitario, en el barrio de tu infancia, en los fantasmales rincones de tus antiguas casas… y acaricias por primera vez a tu compañera felina ¡más de un año antes de haberla acariciado, un año antes de que su existencia estuviera siquiera pensada! y entonces gritas, te ves gritando al nubarrón negro todo lo que respetuosamente callas, ves cómo se difumina el error más grave de tu vida y te sientes protegida, a pesar de la ira, a pesar del asco, a pesar del miedo... porque no existe el tiempo, no hay lugar, todo se mezcla en un punto expansivo y no se encierra, por tanto, un sentimiento exclusivo, sino que todos los sentimientos cohabitan en comunión con su contrario. 
   Y si en los sueños existe todo lo que en nuestra consciencia atamos —el odio, el amor— y la vida es sueño; y los sueños, sueños son; entonces sueño y vida son extremos que se tocan: porque solo sin reprimir ninguna isla —esa «fiera condición, / esta furia, esta ambición»— podremos observar y naufragar tranquilos todas las zonas de nuestros mapas. Solo al borrar nuestras fronteras «en un mundo tan singular» como es el que vivimos; encontraremos, al fin, el hombre libre.

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