jueves, 23 de febrero de 2017

La tristeza de Zola

Antes de traicionar a su amigo de infancia, Paul Cézanne, al presentarle en La obra como un personaje ciertamente decadente, Zola mantuvo una correspondencia regular con el pintor. Su amistad fue ejemplar hasta entonces: Zola ayudó económicamente en numerosas ocasiones a Cézanne, le apoyó y animó en su arte, le mantuvo al tanto de lo que escribía, lo que sentía... expongo aquí fragmentos de algunas de esas cartas, por aquellos tiempos, con un Zola herido que aún podía confesarse a Cézanne sobre el podrido mundo del arte, por el precio de exponer sus propios pensamientos al público...:



París, 20 de mayo de 1866, Zola a Cézanne:

«Hemos agitado un tremendo número de ideas, hemos examinado y rechazado todos los sistemas y, después de tan ardua tarea, nos hemos dicho que, fuera de la vida potente e individual, no hay más que mentira y memez.
¡Dichosos los que tienen recuerdos!
(...)
» Nosotros vivíamos en nuestra sombra, aislados, poco sociables, deleitándonos con nuestros pensamientos. Nos sentíamos perdidos en medio de la multitud complaciente y ligera. Buscábamos hombres en todas las cosas, queríamos encontrar en toda obra, cuadro o poema, un acento personal. Afirmábamos que los maestros y los genios son creadores que, cada cual a su manera, han creado un mundo de la nada, y rechazábamos a los discípulos, a los impotentes, a aquellos cuya tarea consiste en robar de aquí y de allá alguna migaja de originalidad.
» ¿Sabes que éramos unos revolucionarios sin saberlo? Yo acabo de decir de manera resonante lo que nosotros hemos estado diciendo durante diez años en voz baja. El ruido de la querella te debe de haber llegado, ¿no es cierto? Ya has visto qué acogida han tenido nuestros caros pensamientos. Ah, aquellos pobres chavales que vivían sanamente en plena Provenza bajo su sol anchuroso, y que incubaban tanta locura y tanta mala fe...
Pues —tú lo ignorabas probablemente— yo soy un hombre de mala fe. El público ha encargado ya varias docenas de camisas de fuerza para llevarme a Charenton.
(...)
»Esto es lastimoso, mi querido amigo; esto es muy triste. Así pues, ¿será la historia siempre la misma? ¿Habrá que hablar siempre como los demás, o callarse? ¿Te acuerdas de nuestras largas conversaciones? Nosotros decíamos que ninguna nueva verdad podía mostrarse sin excitar iras y descalificaciones. Y ahora me ha llegado a mí el turno de ser injuriado y silvado.
(...)
»Parece ser que hay servicios que se pueden hacer, y verdades que no se pueden decir.
Así pues, la campaña ha terminado, y, para el público, yo soy un vencido. La gente aplaude y ríe abiertamente.»


     Un día y un mes antes de recibir esta carta, el 19 de abril de 1866, Paul Cézanne envía una segunda carta al superintendente de Bellas Artes, A M. de Nieuwerkerke, para insistirle acerca de sus dos lienzos, rechazados por el jurado: «Me contento con decirle de nuevo que no puedo aceptar el juicio ilegítimo de unos colegas a los que yo no he dado personalmente la misión de valorarme», diría, puesto que, de hecho, únicamente los artistas que ya habían obtenido recompensas en el Salón estaban autorizados a participar en las elecciones del jurado. Cézanne nunca fue admitido en el Salón, y por tanto, no tenía derecho a votar. Entre los rechazados también se encontraban Manet y Renoir.

     Cézanne pedía que se restableciese el Salón de los Rechazados, una exposición «abierta a todo trabajador serio» (según sus propias palabras) donde poder mostrar al público sus obras, sin interferencia de un jurado al que rechazaba.
     Antes de que Cézanne obtuviese respuesta —que finalmente sería de rechazo: «Lo que me pide es imposible; se ha reconocido que la exposición de los rechazados era muy poco conveniente para la dignidad del Arte, por lo que no será restablecida [la exposición del Salón de los Rechazados]»—
Émile Zola avisó en un comunicado en L'Evénement que tenía que hacer al jurado un «duro proceso», y que dejaría «sin duda alguna, descontenta a mucha gente, decidido como estoy a decir gruesas y terribles verdades».

    Efectivamente, desde finales de abril hasta mediados de mayo, Zola publicó una serie de artículos atacando al jurado bajo el seudónimo Claude y, aunque en un principio su reseña sobre el Salón debía ocupar de dieciséis a dieciocho artículos, a razón de sus burlas hacia los profesores de la Academia, las alabanzas a las obras de Manet que habían sido rechazadas y sus escandalosas opiniones; fue invitado a publicar un sexto y último artículo para «despedirse» como crítico de arte.
    Zola, que a menudo se sentía abatido por el tumulto y escribía a Cézanne y Baille sobre el mal de la sociedad, escribió a Cézanne la carta de la cual os he puesto algunos fragmentos, en la que, además, se quejaba de la —según se muestra— extrema sensibilidad de los pintores: «Vosotros, los pintores, sois mucho más irritables que nosotros, los escritores. He manifestado claramente mi parecer sobre los libros mediocres y malos, y el mundo literario ha aceptado las sentencias sin enfadarse demasiado. Pero los artistas tienen la piel más tierna. Yo no he podido ponerles un dedo encima sin que empezaran a gritar de dolor. Algunos buenos muchachos se compadecen de mí y se inquietan por los odios que me he ganado; temen, creo, que me puedan degollar en cualquier esquina.
»Y, sin embargo, me he limitado a decir mi opinión, de manera un tanto cándida. Creo haberme mostrado mucho menos revolucionario que un crítico de arte conocido mío, que afirmaba últimamente, ante sus trescientos mil lectores, que M. Baudry era el primer pintor de la época. Yo nunca he dicho semejante patochada.», así como el sufrimiento que le había causado «esta querella que acabo de tener con la turbamulta, con desconocidos; me sentía tan poco comprendido, y adivinaba tanto odio a mi alrededor, que a menudo el desaliento hizo que se me cayera la pluma de las manos» y la decisión que le había impulsado a publicar un folleto titulado Mi Salón, en el que reunió dichos artículos y unas cuantas cartas injuriosas, junto alabanzas, recibidas por el director de L'Evénement; firmadas esta vez con su propio nombre —abandonando así el sobrenombre de Claude.
   «Yo no he querido quitar a la gente su juguete, y he publicado Mi Salón. Dentro de quince días el ruido se habrá calmado, y a los más ardientes no les quedará más que una vaga idea de mis artículos. Será entonces cuando, en las mentes de todo el mundo, yo crezca aún más en ridículo y en mala fe.
»Las pruebas no estarán ya ante los ojos de los ridiculizadores, el viento se habrá llevado las hojas volatineras de L'Evénement, me harán decir cosas que yo no he dicho y contarán barbaridades que yo nunca he formulado. Yo no quiero que esto ocurra, y por eso he reunido los artículos que publiqué en L'Evénement bajo el seudónimo de Claude. Deseo que Mi Salón siga siendo lo que es, eso exactamente que el público mismo ha querido que sea.
»Se trata de unas cuantas páginas manchadas y rasgadas de un estudio que no he podido completar. Las doy tal y como son, como jirones de análisis y de crítica. No es una obra lo que yo entrego a los lectores; son, en cierto modo, las pruebas testimoniales de un proceso.
»La historia es excelente, mi buen amigo. Por nada del mundo destruiría yo estas hojas; no valen gran cosa por sí mismas, pero han sido, por así decir, la piedra de toque contra la cual he probado al público. Ahora sabemos lo impopulares que son nuestros caros pensamientos.
»Además, me complace poder exponer una segunda vez mis ideas. Yo tengo fe en ellas, y sé que, dentro de unos años, el mundo me dará la razón. No temo que me las tiren a la cara pasado cierto tiempo.»

Resultado de imagen de emile zola y paul cezanne
Émile Zola en una conferencia en Londres, 1893, en el Institude of Journalist.

Fuente: Correspondencia, Paul Cézanne, Edición de John Rewald, Visor distribuciones, Madrid, 1991.

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