miércoles, 22 de febrero de 2017

La historia de Anaïs Nin y Antonin Artaud

Dejadme contaros una historia. 
Sus protagonistas: Anaïs Nin y Antonin Artaud.

PREFACIO:
 Nin conoce a Artaud, el atormentado, siempre nervioso, consumidor excesivo de opio Artaud. Quedan, hablan, pasean, intercambian correspondencia…
Nin siente cada vez más curiosidad por el hombre que lo habita. No le ama, pero le ama en tanto le comprende, le quiere comprender, le quiere ayudar.
Ambos acuden a una cena en casa de Bernard Steele en un suburbio de París, tras la cena Artaud se vuelve rígido, una escultura a medio camino entre el mármol y La Antártida.

ESCENA I:
Artaud acude a ver a Anaïs Nin con la intención de explicar el comportamiento de aquella noche, hablan, hablan… Artaud se interrumpe y le dice:

«—¿Te interesa, realmente, mi vida?
Después, añadió:
—Quiero dedicarte mi libro. Pero, ¿te das cuenta de lo que significa? No va a ser una dedicatoria convencional. Revelará que existe una comprensión sutil entre nosotros.
—Existe una compresión sutil entre nosotros —dije.
—Pero, ¿es efímera? ¿Se trata de un mero capricho por tu parte, o de una conexión fundamental, esencial? Me pareces una mujer que juega con los hombres. Tienes tanto calor y tanta simpatía, que sería fácil engañarse. Pareces querer a todo el mundo, diseminar tus afectos. Temo que seas veleidosa, inconstante. Imagino que hoy estás interesada por mí, pero que mañana me abandonarás.

(... )

—Pero, ¿escribes a menudo cartas así a escritores? —continúa Artaud— ¿Tienes costumbre de hacerlo?
—No —reí yo—, no he escrito a muchos escritores. No lo tengo por costumbre. Soy muy exigente. No recuerdo más que dos escritores a los que haya escrito, aparte de ti: Djuna Barnes y Henry Miller. Te escribí partiendo de la base de que existe una correlación entre tu obra y la mía. Yo empecé situándome en cierto plano, y en ese plano te encontré a ti. Es un plano en el cual no se entrega uno a planos superficiales.
—Hiciste algo mágicamente anticonvencional. No podía creerlo. Si procediste con semejante desprecio del mundo, obedeciendo a un impulso como el que has descrito, entonces es demasiado bello para creerlo.
—A Bernard Steele no le escribiría así. Si no hubieras comprendido lo que te escribí, no viendo que me dirigía al Antonin Artaud que revelan sus obras, si me hubieras contestado en un plano corriente, no serías en modo alguno Antonin Artaud. Yo vivo constantemente en un mundo donde las cosas no ocurren como en el de Steele, por ejemplo. Sé que Steele hubiera interpretado mi carta de un modo diferente, pero tú no.
—No podía creer que esto fuera posible —dijo Artaud—. Nunca creí que esta actitud fuera posible en el mundo. Temía comprender. Temía estar engañándome, que todo resultara completamente vulgar, que tú no fueras sino una mujer sociable que se complacía en escribir cartas a escritores, hacerse la simpática, etc. Ya sabes, me tomo las cosas tan en serio.
—Yo también —dije en un tono tan grave que no admitió dudas—. Con la gente soy afable, acogedora, amistosa, pero sólo en la superficie. Cuando se trata de sentimientos fundamentales, del sentido profundo, las correspondencias son muy raras, y fue a tu seriedad, al poeta místico, a quien me dirigí directamente, al margen de cualquier convencionalismo, porque mis intuiciones son rápidas y confío en ellas. También yo me tomo las cosas muy en serio. Ya te he dicho que vivo en otro mundo, y creí que tú lo intuirías, como yo había intuido el tuyo.
—La otra noche, en el tren —añadió Artaud—, cuando me hablaste con tanta simpatía, sentí que te estaba hiriendo con lo reservado de mi actitud.
—No, yo lo atribuí a tu trabajo. Sé que cuando alguien trabaja en una obra de imaginación se encuentra completamente absorbido por ella, y que se hace difícil salir otra vez al mundo y participar en él, sobre todo en un mundo frívolo.
—Todo era demasiado maravilloso. Esto me asusta. He vivido demasiado tiempo en la más absoluta soledad moral, espiritual. Es fácil poblar nuestro mundo, pero a mí no me basta.
  Artaud puso su mano sobre mi rodilla. Me sorprendió que hiciera un ademán físico. No me moví…)».

ESCENA II:
Artaud envía una emotivísima carta a Anaïs Nin.

«He llevado a mucha gente, hombres y mujeres, a ver ese cuadro maravilloso [«Lot y su hija»], pero ésta es la primera vez que veo a un ser humano conmovido por una reacción artística que le ha hecho vibrar como si amase. Temblaban tus sentidos, y me di cuenta de que en ti el cuerpo y el espíritu están completamente soldados, puesto que una impresión puramente espiritual podía desencadenar en ti una tormenta semejante. Pero en este insólito matrimonio es el espíritu el que dirige y domina el cuerpo, y debe acabar por dominarlo completamente. Noto en ti un mundo que aguarda a que un exorcista lo despierte. Tú misma no eres consciente de esto, pero lo reclamas con todos tus sentidos, con tus sentidos femeninos, que en ti también son espíritu.
»Siendo lo que eres, debes comprender la gran alegría dolorosa que siento por haberte conocido, alegría y sorpresa. Siento que, en todos sentidos, mi infinita soledad se llena de un modo que me aterroriza. El destino me ha concedido mucho más de lo que nunca pude imaginar. Y, como todas las cosas dadas por el destino son inevitables, prescritas en el cielo, llega sin titubeos, espontáneamente, con tanta belleza que me asusta. Como para hacerme creer en milagros, si los milagros fueran posibles en este mundo; pero no creo que ni tú ni yo seamos cabalmente de este mundo, y es esto, este encuentro demasiado perfecto, lo que me afecta como una aflición.
»Mi vida y mi espíritu se componen de una serie de iluminaciones y eclipses que constantemente actúan dentro de mí y, por tanto, a mi alrededor y en torno a  todo cuanto amo. Para quienes me aman sólo puedo ser una continua decepción. Ya has observado que, a veces, tengo rápidas impresiones, rápidas adivinaciones, y, otras veces, soy absolutamente ciego. Las verdades más sencillas se me escapan, y es necesario poseer una comprensión muy poco común, una sutileza muy rara, para aceptar esta combinación de oscuridad y luz cuando esto afecta las emociones que se tiene derecho a esperar de mí.
»Otra cosa nos liga estrechamente: tus silencios. Tus silencios son como los míos. Eres la única persona ante la que no me avergüenzo de mis silencios. Tu silencio es vehemente: se nota que está sobrecargado de esencias, extrañamente vivo, como una trampa abierta sobre un abismo por la cual se pudiera oír el secreto murmullo de la tierra misma. No hay poesía inventada en lo que te digo, lo sabes muy bien. Quiero expresar estas poderosas impresiones, las impresiones que realmente tuve. Cuando estábamos en la estación y te dije: «Somos como dos almas en un espacio infinito», había percibido ese silencio, ese conmovedor silencio que me hablaba y hacía que desease llorar de alegría.
»Me haces enfrentarme a lo mejor y lo peor de mí mismo, pero ante ti sé que no tengo por qué sentirme avergonzado. Habitas los mismos dominios que yo, pero puedes darme todo lo que me falta, eres mi complemento. Es cierto que nuestra imaginación ama las mismas imágenes, desea las mismas formas, las mismas creaciones; pero física, orgánicamente, tú eres el calor mientras que yo soy el frío. Tú eres flexible, voluptuosa, fluida, mientras que yo soy duro como el pedernal, estoy calcinado, fosilizado. Una fatalidad que está más allá de nosotros nos ha unido: tú te dabas cuenta, veías las semejanzas, notabas cuánto bien podríamos hacernos uno a otro.
»Lo que más temo es que el destino te ciegue, que también tú pierdas el contacto con esas verdades. Temo que durante uno de esos períodos en que estamos apartados uno de otro, sientas una gran decepción y dejes de reconocerme, y que yo te pierda entonces. Algo maravilloso apenas si acaba de empezar y podría llenar toda una vida. Te adivino con toda la sinceridad de mi alma, con toda la gravedad y profundidad de que soy capaz. En ocho días mi vida se ha transformado completamente. Tengo un nombre que me dio mi madre cuando yo tenía cuatro años y por el cual me llaman mis íntimos: «Nanaqui».

—Artaud dijo:

«Contigo podría regresar de los abismos en que he vivido. He luchado por revelar el funcionamiento del alma tras la vida, más allá de la vida, en sus muertes. No he transcrito más que abortos. Yo mismo soy un abismo absoluto. No puedo imaginar mi yo sino como algo que fosforece en todos sus encuentros con la oscuridad. Soy el hombre que con mayor profundidad ha sentido los balbuceos de la lengua en relación con el pensamiento. Soy quien mejor ha comprendido sus deslizamientos, las esquinas de lo perdido. Soy el único que ha llegado a estados que nunca se osan nombrar, los estados anímicos del condenado. He conocido esos abortos del espíritu, la conciencia de los fracasos, el conocimiento de las veces en que el espíritu se hunde en las tinieblas y se pierde. Este ha sido el plan cotidiano de mis días, mi constante búsqueda obsesiva de lo irrecuperable.»

INTERMEDIO:
Artaud y Nin se besaron una vez (voy a repetirlo como un eco… «una vez, una vez, una vez… tan solo una vez»), pero Nin sabe que no quiere volver a ser besada por esos labios perfilados de láudano, no siente un interés salvajemente físico, sino una atracción salvajemente intelectual. Esperanzada por el mundo abstracto que pueden compartir, el poder nutrir las ramificaciones de sus cerebros en ese mundo de luces y sombras donde pueden encontrarse uno y otro.
...La Anaïs complaciente, de sueños rotos, la Anaïs que lleva la espina paternal del abandono, que mezcla lástima, piedad y una inmensa curiosidad por Artaud; y un Artaud adolecido de sí mismo, adolecido del mundo. Artaud, el pobre niño enfermo. 

ESCENA III:
Anaïs le hace saber que «no ama al hombre, sino al poeta». Pero Artaud, el hipersensible Artaud, aún sumergido en el pensamiento de que en la insistencia está la clave, se sigue esperanzando con sus propios sueños y expectativas.
Y por el otro lado Anaïs, la consciente del contrapunto, del equilibrio entre su voz más analítica: la que le hace saber que, inconscientemente, quiere seducir a todos los hombres para poner una conquista sobre la huella del padre y la que se sincera cuando se dice —y le dice— que no quiere seducir a un hombre que no ama. Anaïs... la que parece tan sincera en sus Diarios y luego... (pero no, no meteremos estos datos en esta historia, no nombraremos ni a su marido Hugo ni a Robert Paul —diecisiete años menor que ella—, no hablaremos de las partes de sus Diarios suprimidas y encerradas bajo llave en un banco de Brooklyn, ni de los Diarios sucesivos a este episodio en concreto —¡ni siquiera lo que hay detrás de ello en este mismo Diario!—, pues hablamos de ello como si se tratara de un escenario aislado de su verdadera existencia).

ESCENA IV:
Artaud se da cuenta de que no «tendrá» a Anaïs en lo más íntimo del sexo o del romanticismo y estalla, muerto de ira:

«—Antes de que me hables —me dijo—, tengo que decirte que en tus cartas noté que habías dejado de amarme o, mejor, que nunca me habías amado. Otro amor se ha apoderado de ti. Sí, lo sé, lo adivino, es tu padre. Todas mis dudas respecto a ti estaban en lo cierto. Tus sentimientos son inestables, cambiantes. Y el amor que sientes por tu padre, tengo que decírtelo, es abominable.

»Un Artaud virulento, resentido, todo él furia y rencor. Lo había recibido con una ternura pensativa, en la que ni siquiera reparó.

—Das a todos la ilusión de un gran amor. Es más, creo que no soy el único a quién has engañado. Me da la impresión de que amas a muchos hombres. Creo que le hiciste daño a Allendy, y quizá también a otros.

»Yo callaba. No negué nada. Pero pensé que se equivocaba al creer que todo había sido premeditado. Ve impureza por todas partes.

—Creo que eres absolutamente impura. »


FINAL:
Y ahora, decidme: ¿Os resulta familiar esta historia?
¿Cuántas veces han sospechado de que vuestro acercamiento nada tiene que ver con el interés por el humano, sino por puros y viciosos intereses oscuros, agrios?
¿Cuántas veces el no poder caer en ese rol de «pertenecer a», de no poder satisfacer esa obsesión y dejar que te posean, de «ser de» os ha destruido, ha destruido esa relación tan prolífica para vuestro yo, para los otros yos y los otros tús, cuántas veces la han recogido y transformado en pura bilis?
Sed sinceros.

                                                             •••

POSDATA: Todos los diálogos y correspondencia han sido extraídos del Diario I de Anaïs Nin (edición de Gunther Stuhlmann), páginas 284-286, 292-295 y 308.

Resultado de imagen de anais nin y artaud



No hay comentarios:

Publicar un comentario