sábado, 26 de agosto de 2017

El solitario genuino

     Cualquiera que haya cogido impulso para leer —por encima o por debajo— alguna entrada de este blog se habrá dado cuenta de mi disfrute al desmigar fragmentos de otras obras y situarlos dentro de una reflexión que poco —aunque casi siempre la palabra correcta sería Nada— tienen que ver con el propósito original. Apenas un alfiler que envidiar a ese loco-despojo de Jean-Baptiste Grenouille intentando conservar ese olor, esa memoria de otras pieles sin remordimiento de asesinato. Queda claro a su vez el hecho de que soy diletante en todo, experta en nada. Las opiniones volcadas aquí tienen el mismo valor que la hoja en el otoño: Tanto puede resultar bella en su caída como fea, molesta y maloliente cuando se observa pútrida, mil veces pisada, desde el suelo: Real y ficticia, cabeza o ala, silencio y tambor.
     La última nota es que, a pesar del texto escogido, todo este hilo ha sido rasgado lentamente a consecuencia de algunas conversaciones con mi amigo Gonzalo, al que tanto discutí sus aseveraciones sobre el insano impulso de lo que él llama «la retención humana»: Esa enfermedad que se empeña en retener en nuestra vida y vivencias otras vidas y vivencias cuyo resultado queda, de forma clara, en un escenario en ruinas e irresoluble. Y al que al final he terminado dando la razón.
Así voy a tomar esta vez una antigualla que lleva vistiendo la cabecera de mi otro blog un tiempo bastante prolongado y que no es sino este fragmento de La muerte en Venecia, de Thomas Mann:

«Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito».

     Y es que, ay, qué miedo o rechazo o vergüenza se le tiene a esta bellísima oportunidad de ser solitario, ¿verdad? ¡Qué mala imagen da sin resbalar al preguntarse el por qué! Cuando es cierto que un solitario es, en realidad, quien logra desbridar de su cuerpo esa maldita carcoma que tanto se adhiere: la dependencia.
Pues ¿no es la dependencia sino la hermana ciega de la experiencia? ¿No es mirar fijo al sol cinco veces, quinientas veces, siendo el sol solo sol y esperar que en la sexta, en la quinientos uno, sea el sol un grillo o una paloma?
Es decir, que el pensamiento de un solitario se tiene por desproporcionado cuando en realidad podría no serlo, ya que [el solitario] posee una herramienta metaexperimental que actúa a modo de tiovivo autónomo girando incansable sobre sus dedos y, en dichos términos, puede maniobrar con esta experiencia desde una raíz cortada: una raíz de distancia que no permite a la emoción o al pensamiento ardiente volcar su enredadera sobre acciones o palabras: Un solitario llega a plantearse la posibilidad de que el ser humano apenas conste de cuatro o cinco comportamientos básicos y sea, por lo tanto, nuestra vida individual un fútil esfuerzo por realizar disparatadas combinaciones, tal vez en un intento por hacerlos originales y sorprendentes. 
Pero la probabilidad es esta: hay un poco de matemáticas en nuestro comportamiento y así siendo, la dependencia será siempre un óbice para la resolución de nuestras más vanas ecuaciones.
     ¿Podría decirse, llegado a este punto, que entonces un solitario es aquel que no cae en dicho error? ¿Que suma y multiplica en frío y fríamente puede desprenderse (contrariamente a lo señalado por el señor Thomas Mann) con una mirada de lo dañino, obtuso o que no le proporciona nada más allá que decimales periódicos? Contestaré para continuar que sí como si solo cupiese en este texto su afirmación.
Entonces el solitario, el buen solitario —y siento decirlo— no es reglamentariamente confuso e intensito.
Sí. El solitario es «erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito» por naturaleza en cuanto es, además, un ser humano. Sin embargo, es el solitario quien puede darse cuenta —en perfecta sincronía— del error, desproporción, absurdez o delito. Cuando un solitario sabe que ha fallado o le han fallado puede caminar hacia la solución sin desviarse. Quizás es cierto que esté muy enfocado en el cuestionamiento de cómo restablecer el orden (y aquí doy por cierta esa tendencia a la obsesión que el fragmento expone), pero eso indica que está del mismo modo orientado a la reconstrucción con una condición clave: No olvidar para hacerlo puro.
     Siendo así y nada más allá de esto, el solitario es también quien pierde el interés —y muy fácilmente, he de agregar— al verse empujado hacia la salida del raíl para derrapar en otros términos igualmente erróneos, desproporcionados, absurdos e ilícitos. Es decir, el solitario no tiene reparos en asumir un error, pero sí resulta perezoso para caer en maniobras de sumisión-dominación, manipulación o extraños dramatismos o errores cuya resolución conoce por experiencias previas: Puede el solitario mirar al sol sabiendo que es «sol y solo sol» y no deprimirse al señalar: «No hay grillos ni palomas». Porque un solitario es un ser sin miedo al desprendimiento.
     También, claro, ha de saberse que no existe solitario sin matices: Un solitario puede tener compañía por cierto tiempo, incluso por mucho tiempo, puede tener compañía siempre y ser a su vez el ente más entregado a la renuncia inminente e irrevocable de la dependencia. En otros términos: instaura un alejamiento a través, o incluso a causa, del efecto rebote que suele generar el sentimiento común de esta separación, que no es sino una traducción insultante y menoscabada y no carente de lo grotesco.
Entonces ¿es el solitario un ser con balanza? Si no lo es, se le debe al menos otorgar el beneplácito de la duda: Puede tenerla.
Así es el solitario —en tanto que es un ser con posibilidad de balanza— un ser que no sufre al poner bajo el mismo foco las perturbaciones más exageradamente inquietantes de la mente humana junto a las más aburridas y cíclicas realidades que nos consumen: Porque ha dolido de forma desproporcionada puede montar desproporciones de rompecabezas con desenlace indoloro. De aquí se diría que el dolor avanza a la razón y que así consigue el solitario extraer la savia de esa razón, desatándose por tanto, y sin contonearse apenas, de la incómoda dependencia.
Porque el solitario aprende a no retener, no se confunde y se confunde a consecuencia; porque ha vivido sociable antes de vivir en solitario puede llegar a ser, si se esfuerza, un solitario sociable. Y este es el solitario auténtico: El ser sin miedo.

                      
Fotograma de La Muerte en Venecia, película basada en el libro de Thomas Mann y dirigida por Luchino Visconti.







No hay comentarios:

Publicar un comentario