domingo, 28 de mayo de 2017

Un hombre de humor, G.K. Chesterton

Un hombre de humor en vida permite que el humor siga actuando cuando la vida acaba. Por ello hoy escojo a Gilbert Keith Chesterton, escritor de —entre otras muchísimas obras— El hombre común y El hombre eterno, u otras como El caballero salvaje o La balada del caballo blanco. Empecemos:

     Se dice de G.K. Chesterton que fue un escritor y periodista británico de inicios del siglo XX que cultivó varios géneros: el ya citado periodismo, los ensayos, la narración, la lírica o los libros de viajes… (Esto lo acabo de leer en Wikipedia).
Pero también cultivó su panza, y además de su panza o, en este caso, a causa de ella —pues Chesterton medía 1,93 centímetros y pesaba cerca de 134 kilos—, también la ironía y el buen humor. Así cuentan que una vez, durante la Primera Guerra Mundial, una mujer le abordó en Londres para reprocharle que él no estuviera «allí fuera en el Frente», a lo que Chesterton replicó tranquilo: «Disculpe, señora, pero si usted da la vuelta hasta mi costado, podrá ver que sí lo estoy».


Y hablando de Chesterton... hago una pregunta que no tiene nada que ver con lo anterior pero que sí me ha surgido a razón de éste y de sus textos no exentos de humor:
¿Por qué en las biografías, sobre todo en las de grandes escritores, aparece reflejado que en las puertas de la muerte dijeron algo revelador, espectacular, cultísimo y grandilocuente?
¿Ninguno tuvo el típico delirio de ver un perro en la esquina de la habitación? ¿No fue la última frase de ninguno de ellos: «Dame agua, que tengo sed» o «Me hago pis»?
Escribe Maisie Ward en su biografía sobre Chesterton que éste, en ese estado pre-mortem, dijo: «El asunto está claro ahora. Está entre la luz y las sombras; cada uno debe elegir de qué lado está». En otras biografías dicen que sus últimas palabras fueron «Hola, cariño» a su mujer Frances y «Hola, querida» a su hija adoptiva Dorothy... Incluso en este caso, que por fin se dicen unas palabras más o menos comunes (aunque yo sigo apostando por el grito de «Tengo sed»), se escriben luego supuestos y acasos para engrandecer esos momentos de muerte, así dice (seguimos hablando de la muerte de Chesterton) Joseph Pearce de estos dos saludos bastante corrientes que «sus palabras fueron sumamente apropiadas; en primer lugar, porque estaban dirigidas a las dos personas más importantes de su vida; y en segundo lugar, porque eran palabras de saludo y no de despedida, significaban un comienzo y no el final de su relación».

Oh… por supuesto yo imagino a Chesterton agonizando durante días y días en su cama, esperando el estertor último y pensando:
«A partir de ahora solo puedo decir cosas lúcidas y con un significado desplegable, no sea que me muera y estos hijos de puta no escriban chorradas grandilocuentes sobre mí… por cierto, tengo sed, joder, pero que mucha sed».
Y entonces pienso que si alguna vez logro ser escritora, espero ser una escritora póstuma, no vaya a ser que alguien me niegue mi vaso de agua en el lecho de muerte o en ese momento solo pueda pensar que quiero hacer pis.


Fotografía de Gilbert Keith Chesterton

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