martes, 6 de marzo de 2018

Nadia Anjuman: nacer en el peligro de ser mujer

    Parece mentira, pero aquellas escritoras sobre las que hablara Stefan Bollman en Las mujeres que escriben también son peligrosas (Maeva Ediciones, 2007) no fueron las únicas que tuvieron una vida complicada por querer adentrarse en un terreno de hombres. Es más, parece mentira pero ni siquiera hay que irse lejos, pues tan solo con acercarse a nuestra actualidad, a 2005, encontraremos un cuerpo muerto —un cuerpo de mujer—, a manos de su marido. 

¿Por qué? 
...Por publicar un poemario.

Os hablo de Nadia Anjuman.

    Nadia Anjuman, poeta y periodista, nace en Afganistán en 1980 y reside en Herat, capital cultural y artística del país. Herat fue la cuna del Club Literario de Herat que vería —como afirmó Ahmed Said Agigi (también conocido como Ahmed Said Haghighi), presidente del Círculo Literario de Herat fundado en 1920— cómo en los años noventa los talibanes destruían con fuego todos los libros y estatuas y encerraban a las mujeres. Quienes quedaran como miembros del club serían torturados y condenados a muerte por el simple hecho de escribir.

    Era aquel un grupo mixto, en el que a pesar de todo las mujeres eran separadas para realizar sus propias reuniones.

    Tres veces por semana, bajo un cartel en el que podía leerse La aguja de Oro, las mujeres se reunían para realizar, supuestamente, lo único que el Régimen Talibán les permitía hacer: coser y bordar. Por entonces las mujeres tenían prohibido estudiar —Nadia vio su educación interrumpida durante dos años gracias al veto de aprender a leer o a escribir, incluso si era el padre quien enseñaba a su hija a escribir, pues este era condenado a pena de muerte por ello—, tampoco podían trabajar, reírse en voz alta o maquillarse.

    Pero aquellas mujeres de La aguja de Oro introducían en el Club de Costura —escondidos bajo sus burkas—, bolígrafos y papeles donde poder escribir y ser instruidas por el ya nombrado profesor Ahmed Said Agigi, el cual les encendía luz sobre algunos autores prohibidos en Afganistán como James Joyce, Shakespeare, Dostoievski, Balzac, Dickens o Nabokov; autores por los que, de haber sido descubiertas, habrían sido condenadas a la horca.

    Nadia Anjuman sería una de esas mujeres-poesía que esquivaría las estrictas prohibiciones de sus contemporáneas, reivindicando en sus versos no solo temas amorosos, sino la tremenda situación opresora a la que estaba sometida la mujer afgana. Así, en un fragmento de una de sus poesías se puede leer:

              «Estoy enjaulada en esta esquina
              llena de melancolía y pena...
              Mis alas están cerradas y no puedo volar.
              Soy una mujer afgana y debo lamentarme

    En 2005, siendo aún estudiante de la Universidad de Herat, Nadia Anjuman publica su primer libro: Gul-e-dodi (Flor Roja Oscura), que supondría su principio del fin.
A excepción de su hermano, Mohamed Shafi, que veía en su hermana una pionera de la poesía afgana, la familia vivió aquello como una deshonra cuando empezó a ser divulgado y reconocido no solo en Afganistán, sino también en otros lugares como Irán o Pakistán.

    Nadia Anjuman fue golpeada en la cabeza por sus familiares y su marido, Farid Anjuman —con el que su propia familia había forzado a casarse— hasta la muerte.

    Tenía Nadia un hijo de seis meses, Bahram Said. Un niño que no solo habrá visto a su madre siendo asesinada por el hecho de ser mujer, sino que habrá visto cómo aún siendo esta barbarie condenada por las Naciones Unidas y habiendo ingresado la suegra de Nadia en prisión, el principal culpable —su propio padre—, pasaría únicamente un mes en la cárcel; estando ahora en libertad y, aún peor, con su custodia. Farid Anjuman reconocería haberla golpeado, pero no asesinado. Desde la prisión, Farid diría:  «No he matado a Nadia. ¿Cómo iba a matar a alguien a quien yo amaba? Tuvimos una pequeña discusión y solo le di una bofetada en el rostro, una sola vez. Se fue a otra habitación y cuando volvió me dijo que había tomado veneno. Me dijo que me perdonaba por abofetearla y me suplicó: “No le digas a nadie que tomé veneno; diles que morí de un ataque al corazón.»

Para Farid Anjuman, Nadia murió por suicidio. Eso sí, tanto él como la familia impidieron que se realizara la autopsia.

Un poema de Nadia Anjuman:

Un llanto sordo

El sonido de las verdes huellas está en la lluvia
nos llega desde la carretera
almas sedientas y faldas polvorientas llegaron del desierto
su ardiente respiración y el espejismo fundido
de sus bocas secas y de polvo cubiertas
nos llegan, ahora, desde la carretera
sus atormentados cuerpos, chicas criadas en el dolor
La alegría alejada de sus rostros
corazones viejos y alineados de grietas
no surgen sonrisas en los inhóspitos océanos de sus labios
ni una lágrima brota del seco cauce de sus ojos
¡Oh, Dios!
¿Podría ignorar si sus sordos llantos que saltaron del cielo
alcanzan las nubes?
El sonido de las verdes huellas está en la lluvia.

Retrato de Nadia Anjuman


3 comentarios:

  1. Pobre mujer, tan talentosa, una mujer valiente y osada; torturada por el simple hecho de ser quien es.
    Sus palabras alimentan el alma, pero los incultos e ignorantes no le permitieron volar y seguir expresando su penar.
    Nadia Anjuman, una mujer valiente en verdad.

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  2. Questi uomini senza dio,senza se stessi.Come tutti i vigliacchi della terra,non avranno mai un posto in cui nascondersi se non le latrine della loro miserevole esistenza.Nadia è invece luce,nel cuore di tutti gli altri uomini e donne del mondo,e in noi non morirà mai. Antonello Ferrero

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  3. Lamento no saber italiano, reconozco que he usado un traductor y el comentario me ha sorprendido gratamente. Solo quería responder para darte las gracias por el mensaje, qué bien escogidas las palabras, Antonello Ferrero, y qué razón. Con afecto,
    Alania.

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